Mamá hoy ha hecho sus famosos
canelones con bonito. A veces me quedo mirándola mientras cocina, creo ser
capaz de hacer que el tiempo pase a cámara lenta. Quiero memorizar cada
movimiento, cada mancha en su delantal, la forma en la que se frota el rostro
con el dorso de la mano para evitar mancharse. Mi familia dice que me parezco a
ella, que tenemos los mismos ojos, la misma nariz, la misma sonrisa. Cuando la
observo trato de ver esos pequeños detalles y luego me quedo mirándome en el
espejo de mi cuarto. Trato de verla en mí, pero no lo consigo. ¡Ella es tan
bonita! Lo veo en cómo a mi padre le brillan los ojos cuando la mira, en cómo
la miran al pasar en la calle. Lo sé, lo sé tanto como sé que no hay nada de mí
en ella.
Hoy
llega mi hermano mayor, ha estado este semestre de Erasmus en Italia. Desde que
se fue lo echo mucho de menos. Suele venir un fin de semana al mes cuando está
en la Universidad, pero extraño verle cada día al volver del cole. Solía
envidiarle cuando le veía ir al instituto, con su mochila con las correas
demasiado estiradas, colgando de su hombro derecho. Cuando yo tenía que volver
a clase por la tarde él salía con sus amigos a dar una vuelta. Pero siempre,
siempre, al salir por las puertas del colegio allí estaba él sin falta.
- Enanaaaa-
me decía.
Siempre
me ha gustado que me llamase así, aunque desde que empecé el instituto ya no lo
hace. A veces lo echo de menos.
Ha
entrado por la puerta con la energía que lo caracteriza. Mi madre se ha quitado
el delantal y ha acudido corriendo a recibirle. Mi padre entraba detrás de él
con las maletas. ¡Que envidia me da! Quizás esta vez tenga razones para tenerla.
Mientras
mi madre lo abraza yo me he quedado observando tras la puerta de la cocina. Me ha
visto, siempre me ve. Es la persona que más me entiende en este mundo. Ha
besado a mi madre en la mejilla y se ha acercado con paso decidido hacia mí. Ha
sostenido mi rostro entre sus manos y me ha besado la frente con ternura. No he
podido sostenerle la mirada, a él no. No sé si sabré responderle si me
pregunta. No sé si encontraré las palabras.
Hemos
comido en familia, ha sido cómo antes. La casa llena de risas, llena de vida.
Casi pareciese que las ojeras bajo los ojos de mi madre hubiesen
desaparecido.
- Voy
a llevarme a la enana a echar unas
canastas – ha sonado a afirmación, no recuerdo que me hubiese preguntado si me
apetecía.
Mi
padre, anticipándose a lo que mi cara no sabía cómo expresar con palabras ha
dicho:
- Por
favor, por mí, ¿irás?
No
he podido negarme, he asentido con la cabeza.
Llegamos
a la cancha que hay a unos diez minutos andando de mi casa. Es un sitio
pequeño, solamente hay una canasta, pero está cerca del río y los árboles
crecen altos y frondosos a su alrededor. Me gusta el sonido del río al bajar, a
veces creo oírlo romper contra las rocas.
- Tú
lanzas, yo bloqueo- me ordena mi hermano, y sin más preámbulos comenzamos a
jugar.
Después
de un breve uno contra uno, logro
desmarcarme y me preparo para lanzar.
Siiii,
un tiro perfecto. La sonrisa de la victoria se me dibuja en el rostro. Miro a
mi hermano dispuesta a restregarle mi victoria. Sin embargo no le veo sonreír.
Me examina intensamente con una mirada que ya me resulta tan familiar como el
respirar. Como un efecto reflejo, cubro mis muñecas con las mangas del jersey.
Ya
no duele, la herida ya cerró, pero a pesar de ello no puedo evitar sentir como
me arden. Mi hermano se acerca a mí y vuelve a remangarme el jersey, lo justo
para dejar al descubierto las marcas. Esas marcas que permanecerán como
tatuajes en mis muñecas, las líneas verticales de mi sufrimiento, de mi cobardía.
- Si
las tuviese cerca…No sé si podría resistir…
Tapé
su boca con las yemas de mis dedos. No quería que acabase una frase de la que
se iba a arrepentir. No tenía sentido rememorarlo. No soy idiota, sé que no
podré olvidar las palabras hirientes, las risas de hiena, las manos señalándome.
También sé que los moratones ya se borraron, que la ropa ya se lavó. Lo sé.
- Voy
a ser fuerte te lo prometo – le he dicho. Esta vez lo digo con convencimiento,
con determinación.
En
un mes empiezo en el instituto nuevo. No será fácil, los fantasmas del ayer no
van a dejarme ir sin pelear. ¡Pero estoy aquí! ¡Soy fuerte! Con suerte el
primer día será más difícil que el siguiente, hasta que todo quede en un
recuerdo lejano. Puede que un día una compañera de clase se convierta en amiga,
puede que esa amiga venga a casa, y puede que cuando esa amiga venga a casa diga:
- Cómo
te pareces a tu madre
Y
yo finalmente podré responder:
……………………………………………………………………………………………………....................
ESTO
ES UN CUENTO CORTO, UNA HISTORIA DE FICCIÓN. PERO SÉ QUE POR DESGRACIA HABRÁ
MÁS DE UNA PERSONA QUE SE SIENTA IDENTIFICADA DE UNA MANERA O DE OTRA. PUEDE QUE SEAS LA MADRE O EL PADRE QUE HA
VISTO A SU HIJO SUFRIR, PUEDE QUE SEAS EL QUE LO HA SUFRIDO EN SUS PROPIAS
CARNES, PUEDE QUE HAYAS VISTO A ALGUIEN HACÉRSELO A OTRA PERSONA, O PUEDE QUE
INCLUSO TÚ LO HAYAS HECHO ALGUNA VEZ.
CON
ESTO SÓLO PRETENDO HACERNOS REFLEXIONAR, INTENTAR QUE CAMBIEN LAS COSAS
INTENTANDO QUÉ MÁS GENTE SE CONCIENCIE DE ESTA SITUACIÓN.
STOP
BULLyNG
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